Tren de frontera


Españoles en la estación francesa de Hendaya tras la toma de Bilbao por las tropas franquistas


Assis parten 
unos d'otros
como la uña de la carne.
Poema de Mio Cid, v. 375


A medida que avanza a la frontera
el tren, hay más silencio dolorido.
Llega un instante en que parecen muertos
los viajeros, desterrados hijos
de España, que se van echados de hambre.
Esos rostros serenos, tan llovidos
de lágrimas, ¿qué buscan en la niebla,
en el azar, en lo desconocido?
¿Un pan sin alegría que les niega
una Patria madrastra? Y esos niños
que duermen mientras lloran esas madres,
¿dónde tendrán conciencia, qué destino
les aguarda, qué sábanas, banderas?
Debajo del buen ceño sin testigo
de ese trabajador, ¿qué pasa ahora,
qué cantares, qué días, qué designios
para desarraigarse del terruño
donde quedan sus muertos y sus vivos,
la infancia, aún cantando su moneda?
¿Qué verdades no dichas van consigo,
les barren, tal papeles de merienda,
tal polvo de un camino a otro camino,
mordidos por hombría con los dientes
enclavijados, porque uno mismo
se desintegraría si dijera?
¿Qué viejos lloran por el campesino
que cecea guitarras andaluzas?
¿En qué pueblo se rompen los martillos
artesanos, se callan los talleres,
se queda la aceituna en el olivo,
da miedo el campo tan abandonado,
da mal consejo un solitario vino
soñado para fiesta y compañía?
Me despueblan España, sin amigos,
desarbolan mis bosques para leña,
ponen ascuas de pena en mis escritos.
Enceniza pisadas y salivas
un calendario negro sin domingos.
Palidece la luz, duelen los ojos
de no ver lo que vio. Se empoza el río
que rumorea al fondo de esa frente
anubarrada de hombre pensativo.
Soy palabra en la noche. Nadie escucha,
aunque comparten el acedo mío
tantas gentes dispersas. De uno en uno,
mujeres y varones, pobres críos
que se me van, el verso de rodillas
va besando por caras y suspiros,
que se alejan mermándome el coraje,
enlutándome el aire que respiro.
Estoy en un anden llorando, solo.
Al lado, la maleta con los libros
que pensaba leer, por si valía,
y debiera tirar aquí; tan frío
se me ha quedado el corazón de pronto.
Huele en la sombra el mar. Se apaga el ruido
del tren que ya ha pasado la frontera.
Dicen manos adiós, en tanto sigo
lloroso por mi vida en esos hombres
donde la sangre se me va al exilio.


Ramón de Garciasol (Miguel Alonso Calvo)
(Humanes, Guadalajara, 29 de septiembre de 1913 - Madrid, 14 de mayo de 1994)

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