En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (X)
Fuente: En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (X):

Ángel Viñas

A lo largo de los anteriores posts hemos visto que las declaraciones serranistas y los análisis a que dieron lugar en el Foreign Office contraponen dos formas de ver el pasado: la de un protagonista atento a dejar  huella en la historia, favorable a su imagen, y la de unos observadores que habían vivido aquellos años desde posiciones e intereses completamente opuestos a los del primero. En ambos casos se partió de un enfoque “a toro pasado”, es decir, conociendo lo que ya había ocurrido, a saber, la derrota del Eje y la no entrada en guerra de España. Para el historiador el problema es explicarlo.

 Es evidente que unos años antes ni Serrano ni los diplomáticos británicos sabían cómo iba a evolucionar lo que para todos era futuro. En esta perspectiva, sin embargo, y conocido el pasado como pasado, las dos preguntas inexcusables son: ¿cómo interpretarlo lo más correctamente posible? y ¿cómo desbaratar el uso espurio de tal pasado de cara a influir sobre lo todavía por venir?  En este sentido nos queda por abordar, siquiera someramente, un contexto nuevo.

Desde hacía tiempo la dictadura había iniciado una campaña para “despegar” a los norteamericanos de los británicos y buscar, por la vía del aprovechamiento de la situación geoestratégica española y el revitalizado anticomunismo, un pequeño lugar bajo el sol[1].  Para los analistas británicos la propaganda que a espuertas se producía en España con el fin de endulzar el pecado de haber querido ir de la mano del Eje, y singularmente del Tercer Reich, representó en sus comienzos un esfuerzo desdeñable. En unos cuantos meses, después de haber capturado los documentos diplomáticos alemanes (por no hablar de los militares), el Foreign Office detectó con bastante precisión los límites del período de la “gran tentación”, los altos y bajos de una política española bastante consistente, los enjeux por los que apostó y las razones por las cuales se vio obligada a no dar el paso al frente[2].

De todo lo que antecede no se extrajeron consecuencias operativas. En algún momento flotó la idea de comprimir y mejorar los análisis de Creswell con vistas a la preparación de un Cabinet paper, es decir, un documento que pudiera circularse a los ministros. Si se hizo, no lo he localizado. El resultado, no obstante, sirvió para afianzar la idea de que Franco no era un personaje fiable. Demostró con claridad que, en contra de los altos principios morales proclamados por la dictadura como guía de su acción internacional, lo que Franco había practicado había sido una política oportunista, cautelosa y sin otras miras que arriesgarse lo menos posible. Nunca con la idea de ayudar a los aliados.

Así, pues, de “hidalguía” franquista, nada; de respeto a los principios del derecho internacional, nada; de compromiso con Naciones Unidas, nada. Sí, por el contrario, demostración palmaria de la eficacia de la política del palo y de la zanahoria británica primero y anglo-norteamericana después. Y si Creswell no mencionó los sobornos es porque todavía se trataba de una acción cuyo conocimiento seguía estando reservado a tan solo unos cuantos altos funcionarios del Foreign Office y a sus ayudantes más próximos.



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Franco iba por las suyas. En el discurso que pronunció al inaugurar la segunda legislatura de las Cortes, el 14 de mayo de 1946, se distanció de los regímenes vencidos y no se amilanó ante las “arremetidas” exteriores:

Otros intentan presentarnos ante el mundo como nazifascistas y antidemócratas. Si un día pudo no importarnos la confusión por el prestigio (sic) de que gozaban las naciones de esta clase de régimen en el mundo, hoy cuando se han arrojado sobre los vencidos tantos baldones de crueldad y de ignominia es de justicia destacar las muy distintas características de nuestro Estado[3].
Con todo lo que antecede no extrañará que con su estrategia Serrano, y esto es algo que no se ha subrayado lo suficiente, hiciera un favor adicional a Franco a la vez que a sí mismo. En la perspectiva de hoy, es quizá el rasgo que más debe destacarse. La publicación de la primera versión de sus memorias fue el hito mayor. Serrano era consciente, naturalmente, de que en la opinión pública española y extranjera su nombre iba ligado de forma irremisible al proceso de fascistización de la dictadura. Así que entre los polvos de los que quiso desprenderse figura en lugar prominente su rechazo al mismo.

Para ello argumentó que España había experimentado con la República, “como nadie ignora, un desastre completo y vergonzoso”. Era obvio que no se la podía rescatar. Sin embargo, el eminente abogado del Estado se hizo momentáneamente defensor del diablo y reconoció:

Un hecho era fatal, sin embargo: que la democracia había pasado por España. Y de estas cosas no es posible volver del todo atrás. Cualquier régimen necesitaba ya absolutamente la asistencia de la opinión y la organización de las masas.
Esto le llevó a una conclusión, tras descartar las posibilidades alternativas de una “Monarquía autoritaria tradicional”, una “Monarquía liberal”[4] y la Dictadura (suponemos que un remedo de la primorriverista). Por consiguiente,

el único modelo de Estado moderno (sic) que en tales circunstancias parecía posible, el único que podía permitir una educación y una organización del pueblo español para la vida política era ese que se ha dado en llamar autoritario (sic).
Surge así en la prosa serranista el término mágico que, para muchos autores neo-franquistas ya no abandonará la identificación del régimen hasta nuestros días. Serrano lo circunscribió como sigue:

Sus características externas podrán ser semejantes a las de otros pueblos, pero cabalmente lo que varía en él de un pueblo a otro es precisamente el contenido dogmático, el pensamiento a cuyo servicio se pone. Este contenido dogmático podía ser en algún pueblo totalitario una completa aberración (Rusia), en otros podía ofrecer aspectos inmorales o erróneos (Alemania). Con tales aspectos nosotros nada teníamos que ver y nuestra dogmática nos venía dada por la tradición española y nuestra confesión religiosa.
¡Aleluya! ¡Aleluya! Es obvia, pues, la voluntad de distanciamiento  respecto a los regímenes nazi y soviético (calificados como los correspondientes a pueblos totalitarios, fueran estos lo que fuesen). El régimen de Franco estaba fundamentado en la tradición española y en la religión católica. Esto fue “plastilinización” del pasado en acción.  También algo que los plumillas a sueldo (amén de algunos prominentes intelectuales bien remunerados) llevaban algunos años pregonando incesantemente. Había que evitar que se viera al régimen como subproducto del nazismo[5].

Serrano no ocultó del todo sus pretensiones, pero sí dio una de cal y otra de arena:

Muchos tienen prisa por quitarse el sambenito de totalitarismo que al régimen presente le ha caído encima. Pues bien, para lograr eficazmente ese resultado nada es tan útil como hablar seriamente. Podemos asegurar que el régimen nunca se decidió a ser eso, aunque se mostrara revestido con sus más superficiales apariencias. A cada uno lo suyo: este régimen no ha sido totalitario como tampoco democrático o liberal. Lo que sin la guerra mundial habría sido solo Dios lo sabe. Lo que en definitiva sea aún está por ver[6].
El exministro conjugó hábilmente dos aspectos. Uno, innegable, que el régimen no era democrático ni liberal (tampoco los fascistas se consideraron como tales). Otro basado presuntamente en su experiencia como insider. Afirmó que el régimen no era totalitario como si hubiera que creérselo obligatoriamente. Juan José Linz se lo creyó de forma voluntaria. Tras él, una ristra de eminentes autores hasta nuestros días.

Recién terminada la guerra mundial los diplomáticos británicos se rieron de los patéticos esfuerzos por poner de relieve la “hábil prudencia” del Caudillo. Probablemente no solo ellos. Hay una anécdota muy ilustrativa en el diario de Cadogan en el que las referencias a España no son precisamente muy abundantes. Terminada la guerra en Europa, y cuando el Foreign Office se  preparaba para la crucial conferencia de Potsdam, el subsecretario permanente se encontró con el todavía embajador de Franco, el duque de Alba. Este era uno de aquellos representantes del “viejo orden” de quienes Serrano Suñer despotricó siempre ante sus interlocutores fascistas y nazis. Quizá porque no se fiaba de que cumplieran sus consignas con el celo suficiente o porque, como profesionales o mejor enterados que él de las realidades de la escena internacional, no veían con demasiado buenos ojos el estrechamiento de las relaciones con el Eje.

Cadogan, como buen amigo, comunicó a Alba el 13 de julio que, a pesar de lo que dijera el Reino Unido sobre la propuesta mexicana de excluir a España de las Naciones Unidas, asunto que se debatía en aquellos momentos en la conferencia de San Francisco, él no daba una perra gorda por la admisión de Franco en la nueva organización[7]. Alba se mostró encantado y dijo que inmediatamente telegrafiaría a Franco[8]. A este último probablemente no le haría gracia la noticia pero ya tenía puesta en marcha un enfoque estratégico para lidiar con los embates, poco peligrosos, que procedían del entorno. Esta es otra historia.

No he terminado con Serrano Suñer, pero sí he llegado al fin de esta pequeña serie. Espero que  los lectores no se sientan defraudados.

FIN



[1] Lo cual no quita para que el período fuese de una gran complejidad. Cuando se iniciaron los juicios de Nuremberg a finales de 1945 las contorsiones por las que había atravesado la no beligerancia española también salieron al descubierto.

[2] Ante las Cortes Franco afirmó rotundamente en mayo de 1946: “una de las mayores sorpresas aliadas ha sido el encontrar en ese expurgo de papeles y documentos que se llevó a cabo en las Cancillerías del Eje la (…) conducta entera, caballerosa y firme con que sorteó y defendió su apartamiento de la guerra en todos los momentos de la gran contienda universal”.  ¿Y cómo lo sabía “el genial e invicto Caudillo”?

[3] También afirmó que “el primer error que se comete consiste en querer presentar a nuestro Régimen como un régimen de dictadura”.

[4] Con el más que peregrino argumento de que “los partidarios de la Corona no existían en España desde hacía muchos años”.

[5] Hay muchos otros ejemplos, con frecuencia sonrojantes, que los lectores pueden encontrar en la obra de Ferran Gallego El evangelio fascista, Crítica, Barcelona.

[6] Serrano, 1947, pp. 36s y 128s. Todas estas referencias y exculpaciones desaparecieron en la versión de 1977. Probablemente creyó que ya no eran tan necesarias.

[7] Como es notorio, hubo que esperar hasta 1955.

[8] Dilks, p. 761. La expresión utilizada por Cadogan, que he traducido un tanto castizamente, fue “Spain hadn´t a dog´s chance”.