El día en que la sangre puso los cimientos de la democracia
El día en que la sangre puso los cimientos de la democracia: Habían pasado 37 días desde que los españoles decidieran apoyar mayoritariamente el Proyecto de Reforma Política en el referéndum convocado por el Gobierno de Adolfo Suárez, un apoyo que sirvió para legitimar el camino hacia un nuevo régimen político basado en destruir la legalidad del franquismo a través del uso de la ley. No había sido un camino fácil puesto que el “bunker” ponía todas las barreras posibles para evitar que España fuera hacia la democracia.

En esos primeros días del año 1977 la organización terrorista GRAPO aún mantenía secuestrado a Antonio María de Oriol y Urquijo, jefe del Consejo de Estado y miembro del Consejo del Reino y desde los sectores ultraderechistas se acusaba al Gobierno de que su falta de “mano dura” era la causa de que una de las figuras más importantes del régimen franquista estuviera aún retenido por una organización terrorista. Por otro lado, los partidos de la oposición habían constituido la “Comisión de los Nueve” para negociar con Suárez los términos de la transición de la dictadura a la democracia. Aún había presos políticos en las cárceles y el pueblo español llenaba las calles reclamando la amnistía total.

El día 23 de enero se había convocado una manifestación en Madrid para reclamar una amnistía mucho más amplia que la que se concedió en julio de 1976. La manifestación no estaba autorizada y fue duramente reprimida por las fuerzas de seguridad. Hubo heridos. Esas acciones represivas eran aprovechadas por los grupos ultraderechistas para ejercer violencia contra los manifestantes. En esa mañana de enero el ultraderechista del grupo Guerrilleros de Cristo Rey Ignacio Fernández asesinó en una calle adyacente a la Gran Vía al estudiante Arturo Ruiz.

Las acciones represivas de la policía ante las protestas eran aprovechadas por los grupos ultraderechistas
Al día siguiente, en una manifestación de protesta contra el asesinato de Arturo Ruiz, la policía vuelve a cargar con fuerza y un bote de humo impacta contra la cabeza de la estudiante María Luz Nájera que muere en el hospital a las pocas horas.

Casi al mismo tiempo la organización terrorista GRAPO anuncia que ha secuestrado a teniente general Emilio Villaescusa, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar. Se trata de un golpe directo al Ejército y genera inquietud porque no se sabe cómo será la reacción de la institución armada. Lo que los terroristas pretenden es que los militares abandonen la posición neutral que llevan manteniendo desde la muerte de Franco, salvo, evidentemente, por las declaraciones de los “generales azules”.

Sin embargo, ese frío de enero no había cubierto aún su cuota de terror. A las diez y media de la noche cinco personas mueren acribilladas y cuatro son gravemente heridas por un comando de ultraderecha. El ataque se produce en un bufete de abogados laboralistas del Partido Comunista de España y de Comisiones Obreras situado en la calle Atocha de Madrid.
Fernando Lerdo, Carlos García Juliá y José Fernández son gente vinculada a la extrema derecha y a un fascista del Sindicato de Transportes de Madrid, Francisco Albadalejo. En aquellos días los trabajadores del transporte privado de la capital están en huelga y esa noche tenían una asamblea en el bufete. Cuando los huelguistas abandonan el despacho los pistoleros entran a cara descubierta, cortan los cables del teléfono y reúnen a los que se encontraban en el bufete en la salita de entrada. “Arriba esas manitas, las manitas arriba”, les dicen a siete abogados, un estudiante de derecho y un empleado del despacho. Es entonces cuando comienzan a disparar a quemarropa hasta vaciar los cargadores. Luis Ramos, uno de los supervivientes, decía en el documental de TVE La Transición: “Ninguno de nosotros pensaba que aquello podía terminar como terminó. Tengo la impresión de que creíamos que simplemente iban allí en plan amenazador, que quizá iban a romper algo, quizá a pegar a alguien, pero no que iban a disparar salvajemente contra todos nosotros”.
“Creíamos que simplemente iban allí en plan amenazador, que quizá iban a romper algo, a pegar a alguien”
El miedo y el horror se extienden por España. Parece que se trata de una estrategia para desestabilizar el país. Por la mañana atacaron al Ejército. Por la noche al Partido Comunista. No podía ser una casualidad. Había miedo por la respuesta que pudieran dar los militares. Muchas personas progresistas durmieron fuera de sus casas y algunos de los que se quedaron en sus domicilios se acompañaron de algún tipo de arma por si el ataque de la ultraderecha a los abogados se iba a convertir en una noche de cuchillos largos.

A la mañana siguiente se reúne el Comité Ejecutivo del PCE para analizar la situación y se decide no caer en la provocación de la ultraderecha porque, como dijo Santiago Carrillo en una entrevista con Victoria Prego, se trataba de “de aterrorizar a la oposición y, al mismo tiempo, de envalentonar a los sectores ultras que son todavía muy poderosos pero que están muy pasivos”. La verdad es que hubiera sido un error que desde la oposición democrática se hubiese respondido porque se hubiese caído en la trampa puesta por los sectores ultras.
Para Carrillo, se trataba de “de aterrorizar a la oposición y envalentonar a los sectores ultras”
Esa misma mañana se reúnen los abogados de Madrid en el Palacio de Justicia. Hay una gran tensión porque los letrados quieren instalar la capilla ardiente allí pero el Gobierno no lo autoriza. El decano, Antonio Pedrol, se reúne con Rodolfo Martín Villa, ministro de la Gobernación. Los abogados se rebelan y dicen que instalarán la capilla ardiente en el Palacio de Justicia aun sin tener la autorización gubernamental.

Por otro lado, el PCE negocia con el Gobierno a través de José Mario Armero y con los miembros de la Plataforma de Organismos Democráticos (POD) sobre los términos en los que celebrar el entierro. Los comunistas quieren que se haga a hombros por las calles de Madrid. Era un momento en que tanto Carrillo como Suárez se lo estaban jugando todo. Por un lado, los comunistas tienen que demostrar que son un partido serio, con disciplina, para dar argumentos al Gobierno para la legalización. Por otro, Suárez veía que el proceso que los españoles habían refrendado apenas mes y medio antes podía quedar en nada. Finalmente, Suárez decide que se autorice tanto la capilla ardiente en el Palacio de Justicia como el entierro a hombros.

La mañana del día 26 se abre la capilla ardiente durante tres horas. A las 4 de la tarde salen del Colegio de Abogados los féretros de los abogados asesinados y lo único que se oye en la calle es el silencio. El Partido Comunista ha decidido que el mejor modo de homenajear a sus camaradas asesinados es mantenerse en silencio absoluto. La imagen es impactante. Cientos de miles de personas reunidas y en absoluto silencio. Lo único que se oye es el ruido que provocan los helicópteros de la Policía. Lo único que se ve son miles de puños en alto.
El Partido Comunista decidió homenajear a sus camaradas asesinados en silencio absoluto
Esta demostración de disciplina del Partido Comunista fue fundamental para que tres meses más tarde el PCE fuera legalizado y que, por tanto, los españoles pudieran acudir a las urnas en el mes de junio pudiendo elegir entre todas las opciones políticas. Por eso el asesinato de Enrique Valdevira, Luis Javier Benavides, Francisco Javier Sauquillo, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez fue fundamental para la construcción democrática, por eso su sangre fue la que cimentó la nueva democracia española.

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