40 Aniversario del asesinato de los abogados de Atocha, memoria de la Transición
40 Aniversario del asesinato de los abogados de Atocha, memoria de la Transición:
Javier Moreno ||
Presidente del Foro por la Memoria democrática ||

La memoria y los recuerdos forman parte de cualquier vínculo humano y, por supuesto, deben estar presentes especialmente en el ámbito político; hablar de los crímenes fascistas del año 1977 nos debe hacer reflexionar sobre si, quizá, estamos hablando de recuerdos en vez de memoria.

Convulsos y sangrientos años de un país que empezaba a levantar la mirada ante las libertades políticas y sociales, libertades que habían sido conquistadas desde la lucha antifranquista continuada en el tiempo. El antiguo régimen agonizaba en un futuro que se veía imposible sin evoluciones democráticas sociales y políticas y la cúpula del régimen fascista se negaba a ceder los privilegios adquiridos durante más de cuarenta años de férreo gobierno del país a base de represión, muertes y búsqueda de mejoras económicas basadas en la emigración masiva y en el turismo.

Al igual que las nuevas corrientes de historiadores hablan de guerra de España en vez de hablar de guerra civil (terminología franquista asumida) -pues la intervención del eje nazi-fascista fue determinante para la victoria del general Franco y la imposición de una dictadura, del mismo modo la favorecieron la no participación de las democracias europeas que se encontraban todas en un ambiente inestable socialmente, azuzado por el fascismo con sus diferentes caras- hemos de entender la memoria para verificar procesos que ya son parte de la Historia cuando hablamos o simplemente opinamos de esa parte de nuestro pasado recientísimo.

Hablaremos de cambio, porque fue un cambio político lo que se produjo, es evidente. No, no hablamos de transición por respeto a las víctimas del franquismo que siguen esperando en esta democracia los derechos, la justicia y la reparación que se les tiene adjudicados y que hasta ahora se les niega sistemáticamente. Pensamos que es mesurado y nada descabellado hablar de encontrarnos “en transición”  y considerar la impunidad de los crímenes franquistas como el último escollo que debemos superar para hablar de “transición” en su justa medida.

En Europa, en el cambio que ponía punto final  al franquismo como régimen político, el proceso de unidad económica apostaba claramente por una España democrática pero lejos de procesos revolucionarios. Esto era paralelo a la disminución progresiva de la influencia soviética en las sociedades occidentales –dominadas por USA y la OTAN- pero en donde las mejoras sociales estaban siendo evidentes y tangibles y a las en algo favorecería en ello la existencia de la URSS.

Esto nos obliga a pensar que todos apostaban por el cambio que traería un desarrollo económico –acompañado del social y, por qué no, del cultural-  que erradicaría definitivamente de España las carencias del larguísimo franquismo.

Sin embargo, pensar que en aquellos largos años del final de los setenta se tenía la partida ganada frente a la derecha –rancia o nueva- demuestra muy bajo nivel intelectual, de lectura y de conocimiento de la situación de la que se partía. Para los que afirman que faltaron voluntades políticas por parte de los autores del cambio, hay que recordarles que no estuvieron ninguno en las manifestaciones donde cayeron Arturo Ruiz o Mariluz Nájera ni corrieron delante de los “guerrilleros de Cristo rey”, día sí y otro también. Y hablo de jóvenes que no vivieron la guerra pero ansiaban la libertad que no tenían.

Cuando afirmamos que estas libertades políticas, sociales, ciudadanas… y de todo tipo, habían sido conquistadas nos referimos a que ya no se podía construir un nuevo contexto político sin contar con los actores que estaban en la clandestinidad, aunque, siendo justos, deberíamos hablar del PCE como único actor  con poder real.     

Una reflexión a tenor de esto: los procesos históricos no se deben analizar sin el contexto en el que estaban rodeados –es de perogrullo para los que nos dedicamos a ello, pero debe ser remarcado porque a veces se olvida-; de hecho, generalmente conduce a error, para finalizar culpabilizando a los verdaderos héroes y protagonistas de la historia. La necesidad de entonces era la amnistía; lo prioritario era sacar los presos a la calle; poner las bases del cambio político. Generar democracia. Ganar la libertad.

El fin del sindicalismo vertical, con todos sus intereses económicos y que se había convertido en un modo de vida para los jerarcas franquistas, era uno de los bunker más fuertes que se debían desmantelar tras el socavamiento iniciado con la política de reconciliación nacional desde el interior del sistema franquista y que se estaba desarrollando concienzudamente y con rigor por el excelente trabajo –iniciado quince años antes- desde los despachos laboralistas de la mano del PCE y de las Comisiones Obreras, en las fábricas y en los tajos. Y en el propio sindicato falangista.

Sin embargo, la bestia fascista no permanecía indiferente y asesina sin piedad como lo había estado haciendo durante toda la dictadura, durante la guerra de España y en el proceso de golpe de Estado que desató esta contienda.

La contención y ejemplo de capacidad de gobierno de los funerales de los abogados asesinados en el despacho laboralista de la calle de Atocha por parte de un PCE aún clandestino dejó una huella en todos los sectores que, sin duda, fue determinante; el PCE apostaba por la libertad y su compromiso con la no violencia era ya indudable.

Por tanto, insistimos en hablar de conquista de las libertades y no es de rigor que se critique el proceso de cambio y el fin del franquismo gratuitamente desde posiciones amables ahora, cuarenta años después de aquello. Apostaron por la libertad y la consiguieron, hubo mucha violencia, mucha sangre.

El fin de la impunidad de los crímenes franquistas es nuestro compromiso de agradecimiento con ellos, con todos. Los abogados de Atocha son un ejemplo de compromiso con la realidad de un PCE dispuesto a dar respuesta a las necesidades sociales del momento. Siempre lo hizo, dejando plumas en cada embate.

Nuestra realidad es distinta, la violencia política está silenciada, aunque eso no significa que tengamos que bajar la guardia ante el fascismo y su capacidad de reaparecer en las propuestas políticas.

Pero lo que sí es cierto es que, en esta realidad, nos toca dejar de criticar a los actores del cambio y el fin del franquismo político para empezar a terminar este largo proceso de “en transición”.

Aprovechamos para recordar que, lejos de discursos encendidos y reproches que resuenan como andanadas a nuestra propia historia, el compromiso es fácil. No debemos olvidarnos del fin de la impunidad en todos los acuerdos políticos que se alcancen y de la memoria democrática como herramienta pedagógica imprescindible de los gobiernos de izquierda, sea al nivel que sea. No basta con aparecer en las fechas señaladas y autodenominarnos herederos políticos; herederos puede pero vacíos de memoria.